20110405

Cumple años "El Principito"

El Principito (en francés: Le Petit Prince), publicado el 6 de abril de 1943, es el relato corto más conocido del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Lo escribió mientras se hospedaba en un hotel en Nueva York y fue publicado por primera vez en los Estados Unidos. Ha sido traducido a ciento ochenta lenguas y dialectos, convirtiéndose en una de las obras más reconocidas de la literatura universal.
Se considera un libro infantil por la forma en la que está escrito y por la historia en un principio simple, pero en realidad el libro es una metáfora en el que se tratan temas tan profundos como el sentido de la vida, la amistad y el amor.

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YO DERRIBÉ A SAINT EXÚPERY

Después de seguirlo me dije: chaval, si no te largas, te acribillo. Piqué en su dirección y disparé, no contra el fuselaje sino contra las alas. Le dí. El zinc se estropeó. Derecho al agua. Se estrelló en el mar. Nadie saltó. El piloto, yo no lo ví. Me enteré unos días después que era Saint-Exupéry. He esperado, y espero todavía, que no fuera él.

Quién habla es Horst Rippert, un jubilado alemán de 88 años que acaba de reconocer que fue él quien derribó el avión de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito. Rippert ha sido descubierto después de una investigación que comenzó con el hallazgo del fuselaje del avión del escritor en la bahía de Marsella en el 2000 y su identificación definitiva cuatro años después. Tras ella se procedió a contactar con los pilotos alemanes destinados en la época en la región. Rippert confesó desde el primer momento; llevaba desde el 2004 esperando, segun él, a que alguien le preguntara ¿Qué sabe de la muerte de Saint-Exupéry?

En nuestra juventud todos le habíamos leído, adorábamos sus libros. Sabía describir admirablemente el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra suscitó la vocación de muchos de entre nosotros. Amaba al personaje. Si lo hubiera sabido no hubiera disparado. No sobre él.

Tras la guerra Horst Rippert desarrolló una carrera en el periodismo deportivo para la cadena estatal alemana ZDF e incluso participó en la organización de los trágicamente célebres juegos olímpicos de Múnich en 1972. Imáginese en qué habría quedado mi carrera si se hubiera sabido lo que hice durante la guerra, esgrime para justificar su mutismo durante tantos años.

Sería redundante hablar de las atrocidades a las que se ven abocados los hombres durante una guerra. Sería rídiculo decir que el caso de la muerte de Saint-Exupéry es especialmente trágico porque fue a manos de quién le leía y admiraba, y quién ha arrastrado su parte de culpa colectiva durante todos estos años con un caso especial: el de ser un magnicida de la Literatura. ¿Pero nos atreveríamos a decir que éste es el final literario que Saint-Exupéry merecía? ¿Que con este último capítulo el autor dejó testimonio con su vida y su obra de los horrores perdurables que inflige la estupidez del hombre sobre el propio hombre?

Pero no nos apresuremos a dar por concluído el mito de Saint-Exupéry. Tenemos la pulsera que nos devolvió el mar, tenemos su avión, y ahora tenemos incluso a quién le derribó. Pero no le tenemos a él sino todo el material de museo y de manual de historia. Saint-Exupéry desapareció definitivamente aquél mediodía de 1944, ni Ripert supo qué fué de él. Se fundió entre el mar y el cielo, con el avión que también era su libro envuelto en llamas, se disgregó en aquél último movimiento de caída y se dispersó en un viaje perpetuo entre la realidad y la leyenda, hacia otros horizontes, hacia nuevos universos…

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