La Edad Media vio nacer una práctica que permitía conservar una memoria física, táctil y duradera de los difuntos: la máscara mortuoria. Se trata de un molde hecho de cera o yeso que se aplicaba sobre el rostro del recién fallecido para que sus facciones quedaran marcadas permanentemente. Originalmente para nobles y monarquía, la práctica se extendió a la captura de rostros de ilustres artistas, científicos y pensadores, a menudo para usarlas como guía en esculturas de estos grandes hombres. La práctica no se limitaba al momento de la muerte, sino que también existen ejemplos de moldes creados mientras la persona vivía (livecast). Copias de los moldes originales sobreviven todavía en museos y gracias a esta práctica se nos da la fascinante oportunidad de apreciar el rostro de grandes personajes de los últimos cinco siglos, tal y como lo presenciaron sus contemporáneos.
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